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Una peculiar mucama de principios del siglo XX

Por Facundo R. Soto

La Bella Otero, mucama y ladrona en mansiones de la aristocracia criolla.

Alejandro Urdapilleta, cuando vivió en Inglaterra, trabajó como mayordomo en una mansión; y un tiempo antes de mucamo, con cama adentro, en la Embajada de Italia: “Allá me sentía terriblemente solo y vivía con mal humor por los ingleses. Muy corteses, sí, pero fríos, clasistas y violentos”, dijo en un reportaje para Clarín, en abril del 2000. En la Revista Rolling Stone daba más detalles sobre su vestimenta como “chica de limpieza”, antes de ser actor, pero ya sabiendo lo que le gustaba y quería hacer. Pero ¿es nuevo el trabajo de travestis en casas de familia?

A finales del Siglo XIX, el español Culpino Alvarez vino a conocer Buenos Aires y se quedó a vivir. No solo por el clima que le brindaba el nuevo continente, sino porque en estas pampas empezó a tener prácticas que no se permitía en su país de origen. Cambió la levita por los vestidos y se dió a conocer como “La Bella Otero”. Venía de un hogar humilde en Valga, Pontevedra (nació en 1868). Como dama se propuso salir de la pobreza a cualquier precio, y lo consiguió. No se conformaba con poco, era ambiciosa y quería tener mucha plata. Para eso tenía que estar a dónde había oro y riquezas. Empezó a codearse con la clase aristocrática porteña del 1900. Terminó siendo una personalidad respetada y admirada por todos los que la conocieron hasta que la descubrieron pero no por el primer secreto, el de guardar sus genitales masculinos debajo de los suntuosos vestidos con alambre de la época que usaba; sino el otro, el que no lo compartía con nadie, el que hacía cuando nadie la veía, digamos su tercer personalidad…

Intentó trabajar como actriz: pero su torpeza y modales bruscos, mezclados con la falta de paciencia y un carácter poco tolerante para hacer una y otra vez la misma escena, la hicieron fracasar. Como bailarina también fue un desastre: su cuerpo era voluminoso y grosero, le faltaba destreza y coordinación motriz. Probó con el canto, una dama confundida por la identidad de su amiga, pero hipnotizada por la charla y la admiración que La Bella Otero le tenía, embelesada por su “amiga” le consiguió una audición que resultó peor que las anteriores. Pero algo para explotar tendría que tener… Como ella misma se hacía llamar: La Bella Otero tenía una extraña belleza, atípica para la época. Contaba con insinuantes miradas, un coqueteo fuera de lo común tanto con damas como con caballeros, y una entrega tan rápida como exacerbada, que enseguida hizo correr la voz, de hombre a hombre, sobre los dotes de óptima e instantánea satisfacción. Parece que llegaba hasta donde las damas de la época no se atrevían a llegar, y en poco tiempo. Además, dicen, que tenía mucho para dar. Corajuda y lanzada sedujo a reyes, artistas y escritores con quienes compartió amistad y alcoba.

Empezaba por seducir a las esposas de las presas que tenía en su mira. Una vez conquistadas, y ganada la confianza de las esposas, pasaba a los maridos, a los que enamoraba y volvía locos. Así logró ser amante del Príncipe de Gales, del Káiser Guillermo, del Zar Nicolás y de algunos duques. Como las modelos que hoy aparecen en televisión, les pedía algo a cambio. Cuando la plata, los vestidos y regalos no le alcanzaban recurría a la extorción. Se aprovechaba de ellos hasta desplumarles las fortunas que, así como llegaban a su poder se iban: en mesas de juegos, en perfumes que se hacía traer de París, en el champagne más caro de le época. Tampoco se privó de tener una relación con otra mujer, fue con la adinerada Isadora Duncan.

Por un tiempo se dedicó a la adivinación en un conventillo, como no sacaba mucha plata y las damas ya le huían por la mala fama que empezaba a crearse alrededor de ella, no solo por los placeres ocultos que le daba a los caballeros, sino por los robos y extorciones que hacía (porque con o sin Internet todo a la larga se termina sabiendo), pasó a trabajar de secuestradora de chicos, para pedir millonarios rescates.

Pasó por la creación de poesías, que hoy llamaríamos como mezcla de kischt con tintes eróticos:

Dicen que soy una alhaja
dicen que soy una joya
y dicen que me he escapado
de los tapices de Goya.

En sus momentos de escritora hizo su biografía que, coincidiendo con la personalidad desordenada y mitómana que tenía; habla de cualquier cosa menos de su vida. La mejor parte es cuando describe sus actuaciones en París y denuncia a su doble, que usaba el mismo nombre que ella, para hacerse pasar la original, que era ella. Allí también, para sorpresa de muchos, cuenta que los Bosques de Palermo eran un ámbito cotidiano para el sexo al aire libre. Escribió: “El pasto es más estimulante que la mullida cama”.

Una noche, mientras intentaba quitarle la billetera a un hombre que pasaba, recibió un tajo en la nariz. El robo callejero le deparó una estadía de seis meses en la Penitenciaría Federal, donde parece que no la pasó tan mal, haciendo intercambios de todo tipo con los agentes del lugar.

Después, según el artículo publicado en la revista Fray Mocho del 7 de junio de 1912, “Evas hombrunas” de Juan José De Soiza Reilly, consiguió un empleo fijo: trabajó como mucama en una mansión de adinerados dueños, a la que despojó de sus mejores reliquias robándole hasta las medias de la señora para ponérselas ella, sin importarle que la descubrieran.

En los Archivos de Psiquiatría “Criminología y Ciencias Afines”, nos encontramos con un compilado de los estudios que los higienistas De Veyga y José Ingenieros que hacían de los vagabundos e invertidos que iban a parar al Depósito de Contraventores “24 de Noviembre”. En estos documentos hay varios de sus poemas que datan de 1903, y también con su autobiografía donde dice: que tuvo dos hijos, un esposo muerto y muchos hombres descorteses. También que la seguían tantos admiradores que no le daba el tiempo para “atenderlos”. Se declaraba como viciosa y entregada a no tener más hijos, debido a los dolores que le causaban los partos.

Del Buen Retiro a la Alameda
los gustos locos me vengo a hacer.
Muchachos míos téngalo tieso
que con la mano gusto os daré.
Con paragüitas y cascabeles
y hasta con guantes yo os las haré,
y si tu quieres, chinito mío,
por darte gusto la embocaré.
Si con la boca yo te incomodo
y por la espalda me quieres dar, no tengas miedo, chinito mío,
no tengo pliegues ya por detrás.
Si con la boca yo te incomodo
y por atrás me quieres amar,
no tengas miedo, chinito mío,
que pronto mucho vas a gozar.

No es cumbia villera, sino un soneto de principios de 1900, de La Bella Otero. Murió casi en la misma pobreza con la que nació, pero vivió y mucho, fueron 97 años de engaños, robos y complicidad, porque todos sabían con quién se metían o a quien metían en su casa.

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