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El culo es político: análisis de la anofobia

Por Javier Sáez y Sejo Carrascosa (Ajo Blanco)

En casi todas las sociedades ser penetrado por el culo es un acto de ignominia, de vergüenza, de humillación y, lo que es peor, un acto que transforma al sujeto penetrado en “otra cosa”. El sistema heteropatriarcal en que vivimos equipara la penetración a la pérdida de la virilidad.

Cuando se trata de la injuria, entramos en el terreno de la política. Nuestra reflexión parte de ahí, de una pregunta sencilla pero importante: ¿De dónde viene la carga de ese insulto que escuchamos casi todos los días: “Le han dado por el culo, que te den por el culo, ese es un pasivo, se lo han follado, vete a tomar por el culo, dao polculo, le sodomizaron” y otras muchas expresiones por el estilo?

En casi todas las sociedades ser penetrado por el culo es un acto de ignominia, de vergüenza, de humillación y, lo que es peor, un acto que transforma al sujeto penetrado en “otra cosa”. El sistema heteropatriarcal en que vivimos equipara la penetración a la pérdida de la virilidad. El odio a quien es penetrado analmente se transforma en actos. No se trata sólo de un discurso de odio. Ha fundamentado políticas represivas y violentas en muchos países, desde la larga tradición torturadora de la Iglesia católica, quemando a los sodomitas durante siglos, hasta las actuales leyes que condenan a los homosexuales a la cárcel o a la muerte en más de 70 países. Por eso decimos que la injuria, el insulto y la violencia en este ámbito son prácticas políticas de control social y de represión; no es una cuestión personal. La anofobia justifica leyes, prácticas, torturas, encierros y asesinatos. No es ninguna broma.

Luis Aragonés nos dio algunas de las claves para entender este problema: en una ocasión, cuando era seleccionador de la Selección Española de Fútbol, rechazó un ramo de flores que le ofrecía la selección alemana a su llegada a Alemania. Su mítica frase pasó a la historia de la analidad (a los anales de la historia): “Me van a dar a mí un ramo de flores, que no me cabe en el culo ni el bigote de una gamba”. La enorme elipsis anofóbica es difícil de desentrañar. Pero nuestro empeño investigador dio con la clave: el famoso seleccionador español asoció inmediatamente las flores con una cosa “de mujeres” o de maricas. Y ya se sabe que a todos los maricas nos gusta que nos den por el culo. Ergo, que aceptes flores significa que eres maricón y que eres penetrado. Voilà. Lógica machirula y homófoba aplastante. De “las flores son para los maricas”, pasamos a “en mi culo no entra nada de nada”. Pero, risas aparte, la frase desvela claramente el dispositivo que subyace en el odio al hombre penetrado. ¿Qué valor sublime se esconde en ese pequeño agujero, qué tesoro guarda el culo impenetrable?

Es arriesgado adscribir un mecanismo uniforme y universal a los discursos contra la penetración anal. Si analizamos los textos y las prácticas a lo largo de la historia, nos encontramos con que las lógicas internas de estas represiones cambian según las épocas y culturas. Por ejemplo, en la cultura griega encontramos una serie de códigos que había que respetar y donde no todo estaba permitido. Ser penetrado era un acto de clase baja, reservado a los esclavos jóvenes. Un noble adulto no podía expresar placer o deseo en ser penetrado. Este deseo estaba muy mal visto, ya que suponía una traición de clase social. Queremos destacar que aquí no es un valor sexual o moral lo que organiza la analidad, sino un valor de clase. En la Grecia clásica no se toleraba ese deslizamiento de clase que suponía disfrutar siendo penetrado.

En cambio en la Edad Media y hasta el siglo XIX el criterio que va a regular la analidad será el criterio religioso. La penetración anal se asocia a los infieles, a los no cristianos. La maquinaria de tortura y de moral que desarrolla la Iglesia en esos siglos se dirige contra una práctica —la sodomía—, que te transforma en infiel. Pero curiosamente la sodomía no da una identidad a la persona, es una práctica puntual que traduce un estatus de fe, no identitario.

En el siglo XIX, con la implantación de las ciencias humanas y sociales, la psiquiatría, la antropología, la sociología, la psicología se va a configurar un discurso médico-psiquiátrico que da lugar a la aparición de la noción de homosexualidad, y donde esa práctica, el sexo anal entre hombres, ya no va a ser una cuestión de fe sino de identidad patológica. La ” homosexualidad” como concepto nuevo será ya una identidad completa, el homosexual es ya una especie, un ser, no un sujeto que tiene prácticas sino un sujeto sujetado a una identidad estable y completa. Será un enfermo mental, un alma perversa permanente.

El psicoanálisis supuso un nuevo giro en esta visión patologizadora de la homosexualidad. Aunque los sucesores de Freud se encargaron de implantar una norma homófoba según la cual se vetaba a los homosexuales para ser psicoanalistas, el propio Freud fue bastante subversivo, ya que no entendía la homosexualidad como una patología sino como una variante más de la sexualidad humana, que es compleja y polimorfa, y donde no es posible establecer una normalidad. También fue el primero en reconocer el ano como un lugar de deseo y una zona erógena, sin distinciones de sexo.

Según este mecanismo “de género”, el cuerpo impenetrable es equiparado a la masculinidad, y el cuerpo penetrable o penetrado es equivalente a la feminidad. De hecho los genitales de la persona o su identidad de género son irrelevantes para este dispositivo. Una mujer que no desea ser penetrada es considerada un “hombre”. Y un hombre que se deje penetrar analmente es considerado femenino (marica), o una mujer. Pierde su virilidad y su valor como hombre “de verdad”. Lo curioso de este mecanismo es que es la penetrabilidad del cuerpo lo que organiza las sexualidades y otorga las identidades.

Esto también nos da pistas de cómo combatir mejor el machismo y la homofobia: se trata de desmontar ese enorme armario anal de los hombres y de educar de otra manera. De dejar de difundir esa microanofobia cotidiana del “le han dado por el culo” como lo peor del universo y de resignificar el culo como un lugar de placer y de diversión. Desdramatizando nuestros culos. No se trata de ver en ello un reto global al capitalismo, como planteaban Hocquenghem, Preciado o Deleuze y Guattari. Nuestra apuesta es más modesta.

Si bien es cierto que la consigna “abre tu culo y se abrirá tu mente” funciona como una metáfora muy estética, muy sonora, con un claro mensaje subversivo, y por ende, liberador; nuestra apuesta no es cambiar la sociedad con una práctica placentera, aunque denostada y criminalizada. El culo, tan democrático él, y su uso, no pueden convertirse en un dispositivo de liberación social. Por mucha afición que se tenga a su uso como práctica sexual, no hay relación alguna entre este uso y el logro de una mayor conciencia social. Emperadores y reyes, jefes tribales, señores feudales, banqueros desahuciadores, empresarios crueles, dirigentes nazis o de los servicios secretos de los Estados lo han practicado y dan triste fe de la imposibilidad de establecer la ecuación: culo abierto = mente receptiva.

Nada más lejano a nuestra intención que la de hacer un manual de una práctica sexual. Para eso ya hay textos en las bibliotecas o tutoriales en la red, además de personas expertas que pueden hacer la labor de coaching, que tan de moda está últimamente.

No es esa nuestra intención, que la gente se anime a experimentar placeres con su culo. Más bien queremos incidir en la segunda parte de la ecuación: abrir la mente. Por eso queremos localizar esos focos de insulto y de odio, desmontarlos, y denunciar el profundo machismo que subyace en ellos. Se trata de una lucha política contra la discriminación y el odio, contra esa castración anal a las que nos somete este sistema desde niños. No es una cuestión de maricas. Todo el mundo tiene culo y todo el mundo tiene deseos anales. Esto tiene consecuencias, desde el pánico anal que alienta muchas agresiones homófobas (la noción de “miedo insuperable” de algunas sentencias justificando al agresor) hasta la prevención del cáncer anal o de las ETS, incluyendo las políticas en torno al SIDA, o mejor dicho, la falta de ellas.

Si la pandemia del SIDA ha supuesto la eclosión de la importancia de las desigualdades sociales, de género, etnia, sexualidad, clase, etc., ante la enfermedad y la muerte, el culo es el máximo exponente de la infección, la penetración anal se convierte en una otredad ajena a las relaciones sexuales convencionales (heteros, fieles, monógamas…), deviene en muerte, social primero y clínica después. Como bien decía Leo Bersani en su artículo “¿Es el recto una tumba?”, para el orden médico y judicial, las sexualidades no normativas, como el coito anal, lejos de limitarse a incrementar el riesgo de infección, se convierten en el signo mismo de la infección.

Las campañas de prevención de transmisión del VIH han ocultado a conciencia la democracia del culo. Primero se utilizó como forma de discriminación de los homosexuales, luego se perfeccionaron construyendo una identidad, los gays, que, dentro de sus parámetros de etnia, clase, edad y capacidad, podían convertirse en sujetos del mensaje receptivo, más tarde se acuñó el término HsH (hombres que tienen sexo con hombres) como un eufemismo para intentar abrir el campo epidemiológico a sectores que no se consideraban gays, pero dejando en un campo yermo la identificación con esa práctica; nadie dice de sí mismo que es un HsH, es más, muchos hombres lo negarán hasta con un polígrafo o sometidos a tortura, porque la matriz de esa sexualidad entre hombres siempre estará adscrita al coito anal, y el coito anal, sobre todo el receptivo, te sitúa en un espacio donde el odio, el machismo y la segregación se encarnan.

Y es que ya está demostrado que en el coito anal receptivo con eyaculación es donde existen más posibilidades de infección. Por eso es necesario intervenir en esa práctica y no en identidades, aficiones o gustos.

Generalizar y “normalizar” el coito anal como práctica sexual ajena a cualquier valoración moral, médica, jurídica, sí que puede abrir puertas a la toma de conciencia del cuidado de sí mismo, contribuir a la reducción de riesgos y disminuir las infecciones. Políticas de prevención donde se incida en la pasividad receptiva y gozosa del ano son la única forma de incidir en el descenso de las infecciones por VIH.

Mientras tanto sólo nos queda recordar el poema de Allen Ginsberg:
… Espero que mi viejo orificio se conserve joven
Hasta la muerte, dilatado.

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