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Cine: Una serena pasión

Por Adrián Melo (Suplemento Soy)

En Una serena pasión, Terence Davies ofrece un retrato íntimo y gótico de Emily Dickinson, en el que tienen lugar la pasión entre mujeres y la más misteriosa melancolía.

Una de las escenas más emotivas de A quiet passion (Una serena pasión, 2016) transcurre durante la noche. La familia Dickinson se encuentra en el salón de la mansión. Emily, aún joven, interrumpe su lectura para contemplar a su padre y a su hermano Austin, que también están leyendo, a su madre bordando y a su adorada hermana Lavinia “Vinnie” mirando el fuego. La cámara capta ese momento de sosiego que tienen todas las familias, incluso las más siniestras. Entonces, Emily rompe a llorar porque sabe que ese universo es efímero. La familia fue el mundo casi exclusivo en el que transcurrió se existencia. Por ello el filme de Terence Davies comienza cuando la adolescente toma la decisión de dejar los estudios en el Seminario de mujeres -rebelándose contra el dogma religioso- para volver a la casa paterna. A partir de entonces su vida, y por ende el filme, salvo pocas salidas al exterior, se circunscribe a la mansión en Amherts, Massachusetts, donde vivirá el resto de sus días. Después de la muerte de su padre en 1874 apenas saldrá de su habitación.

La unidad de lugar confiere a la película un aire teatral en donde adquieren fuerte importancia por un lado el guión pleno de diálogos ingeniosos a lo Oscar Wilde (las cartas dan cuenta del humor satírico de la poeta: “Hasta ahora nadie ha venido más que una anciana que vino a ver una casa. Le indiqué el camino del cementerio para evitarle los gastos de mudanza”) y por otro lado el juego de luces y sombras en la casa y el rostro de la protagonista.

En ese sentido se presentan dos momentos bien diferenciados: los primeros años en los cuales Emily despide encanto juvenil incluso cuando se rebela contra su padre y contra la dominación masculina, y un segundo momento en el cual el transcurso de los años, los sueños y los deseos no cumplidos la vuelven de una acidez amarga y la calidez serena del hogar se transforma en una prisión.

Envuelta en un aura de misterio y fascinación es muy poco lo que se sabe o se pudo reconstruir de la biografía de Emily Dickinson. El director parte de la hipótesis de que Emily no conoció el sexo ni el amor romántico en su plenitud. Sin embargo, eso no le impidió escribir versos sados tales como “Por cada instante de éxtasis / tenemos que pagar una angustia / en afilada y temblorosa proporción / al éxtasis” dando cuenta de que la intensidad de las pasiones llega al límite tanto en el libertino como en el monje.

Davies toma algunos hechos documentados de su vida amorosa y también otros que forman parte del mito. Entre ellos, su enamoramiento del Reverendo Charles Wadsworth, clérigo comprometido en matrimonio y, para algunos historiadores, el amor frustrado de la poeta.

A quiet passion es una película de mujeres y se concentra en las mujeres de la vida de Emily. Entre ellas, su amiga Vryling Buffam (interpretada por Catherine Bailey), pletórica de rebeldía y deseos. Y por supuesto Susan Gilbert, su amiga íntima desde la infancia y luego su cuñada y vecina, a quien le dedicó gran parte de sus poemas en muchos de ellos llamándola “mi amada” (“A la mujer que prefiero, le ofrezco este festival, donde mis manos sean amputadas, se encontrarán dentro sus dedos”) y cartas tales como “Quiero pensar en ti todas las horas del día. Lo que dices -haces- quiero hablarlo contigo, como algo conocido y sin embargo desconocido”. Pero la gran mujer de la vida de Emily Dickinson en el film es Vinnie (luminosa performance de Jennifer Ehle), la hermana. Es a ella a quien le debe la eternidad terrenal, quien recupera los miles de poemas y de cartas que escribió y los manda a publicar de manera póstuma. Es la que conserva la sensibilidad y la gracia frente a una Emily que se vuelve más intolerante y lapidaria en sus opiniones sobre la religión, el lugar de la mujer en esa sociedad represora y patriarcal.

Quizás a la escena familiar haya que sumar otra que se rebela cotidiana a partir de las cartas conservadas. Emily solía leerle en voz alta a su hermana las noticias espeluznantes de accidentes que aparecían en los periódicos. A ambas les fascinaba la vivacidad con las que estaban escritas y la manera obscena en que los narradores de la prensa amarilla entrelazaban las vías del tren, la carne sangrante, los miembros mutilados y las cabezas cortadas en las fábricas. Frecuentemente Vinnie se decepcionaba con que no hubiera más accidentes.

Evocando el Poe de La caída de la Casa Usher con quien frecuentemente se ha referenciado a Dickinson, la escena revela la cotidianeidad de un incestuoso matrimonio entre hermanas. Tal como las caracterizó alguna vez Camille Paglia, “las dos hermanas son como Parcas riéndose de las fatalidades terrenas. Vinnie parece Madame Defarge haciendo punto ante la guillotina”. En cambio, lejos del cadalso con su brillante interpretación de Emily, Cynthia Nixon, termina de ascender -si algo le faltaba después de ser la Miranda de Sex and the City– al cielo gay y lésbico, y ahora también gótico y dark porque todo cabe dentro del canon dickinsoniano.

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