¿Qué es este país, esta entidad, esto que llamamos Estados Unidos de América?
¿Es un faro de luz para el resto del mundo, una tierra de oportunidades y libertad? ¿Es realmente un lugar donde los desechos destrozados de reinos infinitos vienen a respirar libres?
¿Es una realidad o es un sueño incumplido?
¿O es un mito cruel, un ídolo falso al que codiciar mientras los galgos jadeantes persiguen al esquivo conejo falso por una pista fatídica?
¿Es esto que llamamos invencibles los Estados Unidos de América? ¿Es un experimento interminable? ¿O tiene una vida útil definida, una fecha posterior a la cual no se puede usar?
¿Es especial o único? ¿Es “excepcional”, como tantos afirman?
Pero sea lo que sea que haya sido esto que llamamos Estados Unidos de América, y sea lo que sea ahora, nosotros, el pueblo de esta nación, debemos decidir juntos qué queremos seguir adelante.
De hecho, primero debemos preguntarnos si queremos avanzar o si queremos languidecer en el fango de nuestro pasado no resuelto y (para muchos) no examinado.
Sócrates nos dijo: “La vida no examinada no vale la pena vivirla”. Yo digo que la nación no examinada no tiene futuro. Los fantasmas y las corrientes subterráneas del pasado barrerán a esa nación, impidiéndole crear o incluso imaginar más historia.
A lo largo de la vida de este país relativamente joven, han surgido muchas fallas; otros aún no han sido expuestos. La forma en que decidamos hacia dónde ir a partir de ahora determinará si podremos sobrevivir al próximo gran terremoto.
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