Fuente: La Nación
Delilah no se subió a su cama ese día. Era una gata remolona, de pelo largo y nacarado que vivía acurrucada en algún recoveco entre las frazadas y el cuerpo de su amo. Pero ese día no. Como una estatua erguida a los pies de su cama, custodió la agonía de Freddie Mercury sin moverse durante horas. Jim Hutton, pareja estable del líder de Queen desde hacía seis años, también vigilaba su respiración de cerca. Notó el extraño comportamiento de su gata favorita y se puso en alerta. Allí también estaba Dave Clark, músico y amigo íntimo de Freddie. Dave sostenía su mano, pero Freddie no reaccionaba. Decidió alzar a Delilah y acercarla a sus manos. El contacto con el pelaje del gato lo despertó por unos instantes. Clark salió de la habitación para darles privacidad. El pelo suave de Delilah. La lucidez previa a la muerte. Jim Hutton fue testigo entonces de su última mirada. También de su última exhalación.
“No puedo ganar. El amor es una ruleta rusa para mí. Nadie ama al hombre real dentro mío, están todos enamorados de mi fama“. Freddie Mercury se sabía inalcanzable y al mismo tiempo promovía eso. Como si en el fondo no quisiera que conocieran a ese “hombre real”. Como si buscara blindarse en la lejanía de una estrella. Sus escasas declaraciones a la prensa -detestaba las entrevistas-, pero sobre todo sus canciones, hablan de sus dificultades para alcanzar el amor, un sentimiento al que le profesaba devoción pero que, paradójicamente, no parecía tener lugar en su vida. Al menos no el amor romántico. Lo daba todo a sus amigos, se entregaba al sexo con una pasión que parecía no tener límites, adoraba a los animales y se conmovía hasta las lágrimas con un paisaje hermoso. Pero el amor era para él veleidoso.
Conoció a Jim Hutton en 1983 en un bar gay llamado Copacabana, en Londres, cerca de su casa en Kensington. Jim no sabía nada de música ni de músicos. Era peluquero, uno de los diez hijos de un panadero irlandés, y trabajaba en el hotel Savoy. Allí solía cruzarse con estrellas internacionales a las que no reconocía. No andaba en esos temas. Un día, tomaba unas cervezas con su novio de ese entonces cuando un hombre, aprovechando que su compañero se había levantado para ir al baño, se le acercó y le invitó un trago. Jim lo rechazó sin más, y le contó a su pareja lo que había pasado. “Es Freddie Mercury”, le contestó su novio, orgulloso de que una megaestrella de rock estuviera interesada en su chico. Dos años después, quiso la vida que se volvieran a encontrar en el Heaven, un boliche gay que era furor a mediados de los 80. Hutton estaba solo y decidió aceptar el coqueteo de Freddie. Pasaron esa noche juntos, pero luego no volvió a saber del líder de Queen, que a la sazón estaba instalado en Munich, por tres meses, hasta que recibió una llamada telefónica que lo llenó de ilusión. Lo invitaba a cenar. Allí comenzó su relación.
“Me enamoré de muchas cosas de Freddie. Independientemente de cómo se ganara la vida. Tenía unos grandes ojos marrones y una personalidad casi infantil. No se parecía a los hombres que habitualmente me gustaban. Normalmente yo buscaba tipos grandes con piernas musculosas. Freddie tenía un aspecto mordaz, y las piernas más delgadas que yo había visto en un hombre. Además, parecía totalmente sincero. Era encantador. Me quedé prendado“, dijo Hutton en una entrevista para el libro Freddie Mercury, la biografía definitiva, de la periodista británica Lesley Ann Jones. En este libro, son muchos los testigos que se refieren a la relación de Freddie y Jim. Según Barbara Valentin, actriz austríaca con quien Freddie mantuvo un intenso romance antes de mudarse con Hutton, el frontman de Queen trataba a Hutton como un sirviente. Lo hacía viajar a Munich y lo “devolvía” el mismo día. Lo dejaba plantado. No respondía sus llamadas. Desaparecía y volvía cuando quería. Y, claro, lo engañaba sistemáticamente.
Eran pocos los que accedían al círculo íntimo de Freddie. Vivía en su casa de Kensington, una mansión georgiana llamada Garden Lodge, rodeado de sus amigos más íntimos, que al mismo tiempo trabajaban para él. Jim, de hecho, era su jardinero. Peter Freestone era su secretario personal. Joe Fanelli, con quien tuvo un breve affaire, su cocinero.
“Creo que Jim y Freddie se querían de verdad, aunque a su manera“, dijo Freestone a la biógrafa de Mercury. Para Freestone, que también estuvo con Mercury hasta su último día, Hutton tenía una visión idealizada de la pareja, y no había llegado a comprender cuánto lo quería Freddie, porque lo expresaba de una manera distinta, “a su estilo”. “Jim quería una relación monógama y feliz con alguien. Pero no creo que él fuera nunca capaz de apreciar lo mucho que había, además de una relación con la vida de Freddie y posteriormente con su vida doméstica, en Garden Lodge. Freddie tenía su vida y era una vida a lo grande, extravagante y polifacética. Todo el mundo sabía que había que adaptarse a su modo de vida. El nunca iba a adaptarse a la de nadie. Una parte del problema de la pareja era que Jim era demasiado terco como para aceptar eso. Su relación tenía muchos vaivenes. Jim quería que Freddie bajara, pero Freddie quería que Jim subiera. Dicho esto, no cabe duda de que Freddie no habría disfrutado de unos años tan buenos al final de no ser por Jim. En conjunto, Jim era la persona idónea para Freddie en aquel momento de su vida. Significaba mucho más para Freddie de lo que mucha gente dijo”, explicó quien fue su confidente durante más de una década.
En palabras de Freddie: “Estoy muy contento con mi relación y sinceramente no podría pedir nada mejor. No tengo por qué esforzarme tanto. Ahora no tengo que estar demostrando lo que valgo. Tengo una relación muy comprensiva. Suena aburrido pero es maravilloso“. Juntos vivieron en Garden Lodge, esa casa que Freddie amaba con locura. Pasaron meses maravillosos en Montreux, a orillas del lago Leman, en Suiza, ese lugar que conmovió profundamente al artista, un lugar al que también le dedicó canciones de amor, como A Winter’s Tale y donde nació Made in Heaven, tema que dio nombre al disco póstumo de la banda. Viajaron a Japón, país cuya cultura apasionaba a Mercury. Y también vivieron juntos la terrible noticia de saberse víctimas de una de las epidemias más devastadoras del siglo XX: el SIDA.
Freddie Mercury recibió su diagnóstico en 1987. Cuando se lo contó a Jim, le dio la posibilidad de dejarlo, pero Jim se negó. Decidieron permanecer juntos y la palabra SIDA no se pronunció nunca más en su casa. En 1990, Hutton supo que tenía el virus. No se lo contó a Freddie hasta días antes de su muerte. “Freddie ha sido el amor de mi vida. No hubo nadie como él. Sé que cuando yo muera, Freddie estará al otro lado, esperándome”. Nunca padeció los síntomas de la enfermedad. Murió en 2010 víctima de cáncer de pulmón.
La historia detrás de Love Of My Life
Queen comenzó a levantar vuelo al poco tiempo de formarse, a principios de los 70, y Freddie Mercury no tardó en convertirse en un sex symbol. Todas las mujeres querían algo con él y él les devolvía la gentileza. Estaba en sus 20 y todavía no se hacía cargo de su atracción por los hombres. “Solíamos reunirnos por el barrio de Kensington, famoso, entre otras cosas, porque siempre había chicas lindas. Una de ellas fue Mary Austin“, contó Brian May en el documental Days Of Our Lives. El guitarrista de Queen fue el primero en “descubrir” a esa joven rubia, de ojos claros y lookeada a la perfección con el estilo boho que caracterizaba a las groupies del brit rock de los 70. Mary los había ido a ver tocar en un show en el Imperial College. “La conocí en un recital y como era muy tímido no me animaba a acercarme a ella. Salimos un par de veces, pero ella también era tímida así que nos despedíamos con un beso en la mejilla y nada más. Freddie me dijo que le gustaba así que decidí presentarlos. Creo que lo de ellos fue amor verdadero“, dijo el músico.
Pero los comienzos no fueron tan sencillos. Según contó Mary Austin, ella no creía que él estuviera tras sus pasos. Convencida de que se le acercaba interesado por una amiga suya, lo rechazó sistemáticamente durante seis meses. Freddie decidió ir al grano y la invitó a salir para festejar su cumpleaños número 24, el 5 de septiembre de 1970. Otra vez recibió un no. Pero, aunque introvertido, Freddie siempre supo cómo conseguir lo que quería: insistió, y al día siguiente logró que la bella Mary lo acompañara a ver a Mott the Hoople, banda que Queen teloneó en sus albores, en el club Marquee del SoHo. Cinco meses después de aquella cita, se mudaron juntos a una habitación amoblada por la que pagaban 10 libras por semana, en la calle Victoria, al lado de Kensington High Street.
“Crecimos juntos. Hicieron falta tres años para que yo me enamorara de verdad. Nunca he sentido lo mismo, ni antes ni después, con nadie. Amaba mucho a Freddie, muy profundamente”, dijo Austin en una cita que recupera la biógrafa Lesley Ann Jones. La conexión entre ellos fue total y duró para siempre. “Sabíamos que podíamos confiar el uno en el otro, y que nunca nos haríamos daño mutuamente a propósito”, contó. Mary supo entender a Freddie como nadie. Toleró todo lo que significaba estar con una estrella que muy pronto se reveló como un suceso de proporciones globales. A los arranques de furia que le daban cuando algo no le gustaba, desde un jarrón en el lugar equivocado hasta unos tulipanes en el jardín, ella concedía una disculpa con el argumento de que ese “era su estilo”. Si no volvía a dormir a casa, miraba para otro lado. Si durante la noche tenía una idea para una canción y acercaba el teclado a la cama para componer, Mary no se quejaba. Si había discusiones, decía que se debían a que a Freddie le gustaba tener peleas de vez en cuando. Al mismo tiempo, la llenaba de regalos y mimos. “Una Navidad me compró un anillo y lo puso en la caja más enorme que encontró. Yo abrí la caja y adentro había otra y así sucesivamente hasta que llegué a aquella cajita minúscula. Cuando la abrí, había un bonito anillo egipcio con un escarabajo. Se suponía que traía buena suerte”, recordó Austin quien no olvida, sin embargo, lo mucho que sufrió cuando la fama de Freddie comenzó a aumentar y en cada recital lo esperaban mujeres desesperadas por él. “Se le tiraban encima”, contó. Una vez, a la salida de un show, Mary no soportó la escena: su novio rodeado de mujeres dispuestas a todo por él. Decidió irse. Él salió detrás de ella y le preguntó a dónde iba. Ella le dijo: “Ya no me necesitás, tenés a todas esas”. “Sí te necesito. Quiero que seas parte de esto”, le exigió él.
Estuvieron seis años juntos, hasta que la relación se fue en picada. “En los últimos tiempos notaba que algo le pasaba. No era el Freddie que yo conocí. Se sentía incómodo y evitaba verme“, relató. Un día, le dijo: “Mary, hay algo que tengo que contarte. Creo que soy bisexual”. “No, Freddie, no creo que seas bisexual. Creo que sos gay”, respondió ella. En una entrevista para un documental sobre su vida, Mary admitió que esa revelación, lejos de lastimarla, la alivió. Hasta entonces había estado convencida de que había otra mujer y eso la llenaba de celos. Que fuera homosexual, en algún punto, sólo hizo que su relación cambiara de estado. “Quiero que siempre formes parte de mi vida”, le pidió entonces y pronto Mary se mudó a un departamento a pocos metros de la casa de él.
“La mayor ironía de la vida de Freddie es que, aunque era gay, su relación más significativa fue con una mujer. Había un verdadero amor entre él y Mary. La cuestión sexual no era tan importante como sus lazos emocionales y espirituales”, dijo a Lesley Ann Jones el fotógrafo Mick Rock, quien llegó a entablar una estrecha relación con ambos. Freddie siguió mostrándose en todas las recepciones públicas junto a Mary, y ella aceptó ese rol durante años hasta que decidió rehacer su vida. Se casó con Piers Cameron, con quien tuvo dos hijos, Richard, que fue el ahijado de Freddie, y Jamie, que nació poco tiempo después de la muerte del artista.
Pese a ello, la relación con Cameron no prosperó. Vivir a la sombra de una leyenda del rock no fue nada fácil para el hombre que Mary eligió para construir una familia. “Mary nunca aceptó que lo suyo con Freddie se hubiera terminado. En muchos sentidos fue una fuerza motriz para él. Nunca le permitía que se saliera con la suya. Era muy fuerte, en ese sentido, exactamente lo que Freddie necesitaba. De alguna forma era como una madre para él. Confiaba y se apoyaba en ella. Ella dirigía su vida. Por eso duró tanto su relación. Freddie solía decir que incluso cuando él y Mary eran pareja eran como hermanos“, explicó Freestone en diálogo con Lesley Ann Jones.
“Todos mis amantes me preguntaban por qué no podían reemplazar a Mary, pero eso es simplemente imposible. Para mí, Mary fue mi esposa de hecho. Aquello fue un matrimonio. Creemos el uno en el otro, y eso es suficiente para mí. No podría enamorarme de un hombre de la misma forma que me enamoré de Mary“, dijo Mercury.
Love Of My Life, su balada más famosa y más romántica, fue escrita para ella. Austin también recibió la mitad de su fortuna y su adorada mansión de Kensington, Garden Lodge, el lugar en el que deseaba envejecer pero que lo vio partir demasiado temprano. Mary vive allí, rodeada de sus cosas, manteniendo su memoria viva y un último secreto entre los dos: solo ella sabe y sabrá dónde descansan sus cenizas. “Cuando me haga viejo, yo estaré ahí, a tu lado, para recordarte cuánto aún te amo”, dice la canción, una verdadera promesa de amor infinito que Freddie no pudo cumplir con su presencia, pero sí con su música.
Tu comentario
Etiquetas: cantantes gays freddie mercury freddie mercury pareja hiv Jim Hutton queen sida