Fuente: Página 12
“Desde pichoncita de instrumentadora quirúrgica noté que había algo que no estaba bien dentro del quirófano. Dentro del área restringida, el ambiente aséptico, con olor a alcohol y objetos estériles lejos de todo microorganismo posible, siempre hubo algo que se filtraba sin importar si las puertas estaban perfectamente selladas: la violencia”, detalla Samanta Malaherre (38) en su cuenta de Facebook. Experiencia de horas y horas en quirófano escuchando a médicos que no se privan de hacer comentarios trans/travestifóbicos sobre el cuerpo de su paciente anestesiade y sin posibilidad de defenderse.
“Somos unas cuantas lesbianas en el hospital, pero a mí me toca trabajar en quirófano, en un área cerrada, con gente que no tiene conocimiento de la Ley de Identidad de Género ni de los derechos humanos. No es una comunidad abierta a recibir información, no llegan las cuestiones del mundo, el hospital es hermético. Los cirujanos varones cisgénero, blancos, heteronormados, conocen cómo manejar el poder. ‘Está Dios y yo estoy por encima de Dios’. Desde que estudié instrumentación quirúrgica observé el ejercicio de este sentimiento de superioridad por parte de los cirujanos”, refiere Samanta, trabajadora del Hospital de Gastroenterología Carlos Bonorino Udaondo, en la Ciudad de Buenos Aires.
Denuncias por violencia siempre hubo, al menos desde hace algunos años. Pero se resuelven en notas internas que no trascienden de eso. Son denuncias de mujeres que padecen históricamente violencias por parte de personal masculino. “Las denuncias terminan cayendo y las mujeres terminan creyendo finalmente que no fue para tanto. Por eso decidí que era necesario ponerle un freno a los hostigamientos que sufrimos”, dice Samanta. Tomó aire y fue para adelante.
“Los cirujanos sabían que soy lesbiana y activo por la legalización del aborto. En pleno fervor de las marchas feministas de 2017, estamos trabajando en quirófano y escala la conversación de los dos cirujanos y su lenguaje ofensivo contra las mujeres. Afirman –bisturí en mano– que no hay que creerles a las mujeres cuando denuncian una violación, que lo que las mujeres quieren lograr es hacer desaparecer al hombre y que se hagan todas lesbianas. En medio de ese clima, una compañera sale llorando y pide que la releven. Yo también quería irme, porque era imposible trabajar así, pero no había un segundo reemplazo, no podía hacer abandono de paciente. Les pedí a los cirujanos que bajaran el tono de la conversación, porque alteraban el clima de trabajo, y me respondieron en tono muy agresivo: ‘Limitate a lo que estás haciendo. Vos no estás incluida en la conversación’”.
“A raíz de este hecho, presentamos un denuncia conjunta. A partir de ese día estos dos cirujanos se sintieron expuestos y me empezaron a insultar por todos los espacios comunes, hasta en los pasillos y en la puerta del baño, a decirme ‘torta, lesbiana’. Me negaron el acceso a los quirófanos donde estaban operando, primero a los gritos y luego a través de una nota, con anuencia de los jefes de quirófano. Me negaron tareas e impulsaron dos notas acusándome de situaciones que no tenían nada que ver con lo que estaba incurriendo”.
La nota donde se le prohibía ingresar al quirófano fue la prueba escrita de la discriminación a Samanta por lesbiana. Pidió una copia y firmó en disconformidad el recibo del original. Con asesoramiento de la Red de Abogadas Feministas, asentó una denuncia por hostigamiento y discriminación en ATAJO (Agencias Territoriales de Acceso a la Justicia, dependiente del Ministerio de Justicia) ubicada en el barrio de Constitución. El caso pasó al fuero penal contravencional y de faltas de la Ciudad de Buenos Aires. Samanta declaró en la fiscalía ubicada en avenida Paseo Colón y una testigo apoyó sus dichos. Se resolvió fecha de mediación para el 7 de marzo de este año, Día de la Visibilidad Lésbica.
“Junto con mi abogada de la Red, María Florencia Zerda, propuse en la mediación que estos dos cirujanos hostigadores y discriminadores hagan un curso de 32 horas titulado ‘Diálogo desplegado de género y cultura’, que se realiza en la Subsecretaría de Derechos Humanos, en el predio de la ex ESMA. No creo que el curso les cambie la cabeza, pero me parece importante que quede como precedente: acá están los violentos, en este recinto, para ser educados; que hagan algo que no eligieron ni elegirían, cómo leer la Ley de Identidad de Género y la de Violencia de Género, y que den cuenta de que efectivamente las leyeron. El precedente sirve para que la cofradía de los médicos varones cisgénero blancos y heteronormados empiece a medir sus palabras. Toda la vida las mujeres, las lesbianas, las travestis y les trans estuvimos expuestos a sus juicios y a sus abusos. Ahora los expuestos son ellos”, concluye.
En estos días, a Samanta le llegan pedidos de asesoramiento de equipos de instrumentadoras quirúrgicas de otros hospitales donde ocurren situaciones parecidas. Mientras tanto, les trabajadores del hospital Udaondo luchan para evitar el Proyecto 5×1 del Gobierno de la Ciudad, que planea unificar los hospitales Muñiz, Curie, Ferrer y el Instituto de Rehabilitación Psicofísica en un solo predio. Samanta también participa en esta lucha en defensa de la salud pública.
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