Fuente: La Nación
Hace menos de un año, Madonna se quejaba del estado de la música actual. “Todo es muy de fórmula, cada canción tiene veinte artistas invitados y todos suenan igual“, le decía a la edición italiana de la revista Vogue en agosto de 2018. Ocho meses después, parecía haber sucumbido a la tendencia: el primer single de Madame X, su decimocuarto trabajo de estudio publicado el día de ayer, no era otra cosa que un reggaetón titulado Medellín y que contaba con la participación de Maluma, uno de los máximos referentes de la música urbana latina. Ya con el disco completo, aquellas declaraciones se convierten en un carpetazo aún más difícil de gambetear. La cantidad de artistas invitados asciende a cuatro (se suman la brasileña Anitta y los raperos Swae Lee y Quavo) y la de co-productores a seis. ¿Puede leerse esto, entonces, como carencia de convicciones? O, peor aún ¿Acaso Madonna se resignó a ser parte del mar?
No necesariamente.
Tal vez sea la enésima cara de su propia identidad, la de ser, en palabras de Simon Reynolds y Joey Press, una “auténtica inauténtica”; la perfecta catalizadora de lo marginal y lo popular para hacer de ese sincretismo un producto, casi siempre, aún más masivo y, sobre todo, determinante para el curso de la cultura pop. Ya desde el vamos, nadie podría acusar de oportunista a Madonna por sumarse al boom de la música latina en 2019, si se tiene en cuenta que ya en 1986, cuando un cruce semejante estaba lejos de ser moda, lo había hecho con La isla bonita, aquel mega hit de True Blue que la propia cantante ha defendido a capa y espada a lo largo de su carrera (es la tercera canción de toda su obra que más veces cantó en vivo).
“Me tomé una pastilla y tuve un sueño / Que volvía a tener 17 años”, canta Madonna en los versos iniciales de Medellín, como declaración de intenciones de “volver a las raíces”. Idea que también está explicitada desde el minuto cero: el nombre del disco no es otra cosa que el apodo que le puso Martha Graham, su profesora de baile en su juventud. Y aunque ese concepto de recuperar suena a cliché en artistas de cierta trayectoria -desde Metallica en sus últimos dos discos de estudio a Charly García en Random– puede entenderse en Madame X como parte de un recorrido que por momentos suena forzado y por momentos muestra a la Madonna imbatible a la hora de hacer himnos para la pista de baile.
Asentada en Portugal desde 2017, Madonna comentó en más de una ocasión sentirse influída por el multiculturalismo de ese país a la hora de pensar Madame X. Y el resultado se nota a primera escucha, además del español vía Maluma, en la ya mencionada Medellín y Bitch I’m Loca, y el portugés vía Anitta en Faz Gostoso, Ciccone se anima al italiano en Killers Who Are Partying.
Desde lo musical, Batuka destaca como excentricidad por el ritmo tribal a cargo de la Orquestra Batukadeiras y el aporte de Diplo redondean los detalles de world music, siempre desde una óptica pop, del disco. Pero si hay una sociedad que se lleva todas las miradas es la de la cantante con Mirwais, con quien había trabajado en los discos Music (en el que con Don’t Tell Me prefiguraron la mixtura country-pop de Taylor Swift), American Life y Confessions On A Dancefloor.
De hecho, es con Mirwais más que con ningún otro que la artista se reencuentra con su faceta de hitmaker. Sobre el final del disco, I Don’t Search I Find se construye sobre un beat hecho a la medida de las raves y de futuros remixes, con la voz de Madonna desparramándose como un Bloody Mary que tiñe los zapatos de cualquiera que se anime a pisar la pista de baile. Y cuando se dice cualquiera, lo es en el más amplio sentido del término. Desde Vogue (aquella canción de 1990 en cuyo videoclip se adueñaba de la estética de la subcultura del mismo nombre), ningún artista blanco heterosexual ha sido capaz de encantar con tanta naturalidad y aceptación a la escena gay negra a lo largo del mundo. Entonces, el título del tema (“Yo no busco, encuentro”) se torna tan autoconsciente como agudo. Después de pasar por el reggaetón con Maluma, el trap con Sawe Lee (Crave), la balada al piano (Extreme Occident donde canta, también autorreferencial, que no estaba perdida sino que tenía sentimientos distintos) se reencuentra con su fórmula canónica que tan bien la describió la musicóloga Susan McClary en su ensayo Vivir para decir – Madonna y la resurrección de lo carnal (1990): “Una música que es engañosamente simple con grooves convincentes y una energía espectacular”.
Respetada por feministas y postfeministas desde sus inicios, Madonna recupera dos figuras femeninas importantes en Madame X. Dark Ballet (prestar atención a esos geniales 30 segundos de solo piano que hacen de transición a lo inesperado) está inspirada en la figura de Juana de Arco y I Rise (un dark wave a la manera de Lorde) comienza con un sampleo a un discurso de Emma González, activista sobreviviente del tiroteo en la escuela Stoneman Douglas en Miami del año pasado que terminó con 17 víctimas fatales. Ambas se suman al imaginario de mujeres que la reina del pop referencia en toda su obra, en un abanico que va desde Marilyn Monroe hasta la Carmen de Bizet, todas tan deseadas como castigadas por las jerarquías patriarcales. Otra vez en palabras de McClary, el aporte de la creadora de Like A Virgin parece ser el de “ofrecer una contranarrativa del deseo heterosexual femenino”. Pero no sólo eso. Mas acá en tiempo y espacio: ¿podría leerse el beso entre Carla Peterson y Nancy Duplá en la entrega de los Martín Fierro como la continuación con marco teórico y universalmente empatizable de aquel beso entre Madonna y Britney Spears en los MTV Video Music Awards de 2003?
Madonna, en su constante y consciente saqueo de todo lo que encuentre a su alcance, recurre en Madame X a otro tópico ya visitado: la religión. God Control y Looking For Mercy presentan sendos coros eclesiásticos, sólo que en el primer tema es interrumpido por una orquesta de cuerdas, en un sutil guiño hereje a los instrumentos prohibidos para ejecutarse dentro de una iglesia desde la Edad Media. Ciccone, de 60 años, se reconecta acá no sólo con su pasado biográfico -tuvo formación católica en su niñez- sino también con Like A Prayer, uno de sus grandes clásicos.
Haciendo equilibrio entre los guiños a la música actual y a la propia, Madonna hace de Madame X otro producto genuinamente suyo. Tal vez no a la altura de sus discos más logrados, ni con la resonancia de aquellos años en los que era el centro indiscutible de la industria del espectáculo. Pero sí con la visibilización permanente de las tensiones de la música popular, la convivencia relativista de un sinfín de sonidos y, en especial, la prueba de que también es posible jugar al misterio sin esconder, sino más bien yendo por la opción contraria: mostrar tanto como sea posible. Después de todo, intentar procesar a Madonna es un desafío pop aún irresuelto.
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Etiquetas: icono gay madame x madonna maluma y madonna reina del pop